¿Derechos humanos para la infancia?

Ahora veo cómo en mi país ya no hay analfabetos, como aquellos que me encontré entre pinos y casuarinas en las sierras y minas de la más occidental de las provincias cubanas, nuestra rojiza y espléndida Pinar del Río.
No puedo rehuir la nostalgia. Aunque no puedo sacar de mis pupilas otros rostros, de niños y niñas, de ancianos y ancianas, de adultos de ambos sexos que jamás han podido acercarse a un libro, muchos que desconocen de su existencia.
No tengo que andar demasiado para toparme con la realidad de un mundo de analfabetos que prolífera entre hambre y miseria, prostitución y droga, desempleo y enfermedades. Allí está la geografía de América, la de África, la de Asia, esos continentes considerados por algunos como la periferia del mundo, del que sacan eso sí, materias primas, recursos y, por qué no, muchos cerebros.
Falta el pan, la medicina, el hogar que los abrigue, el agua potable, la luz eléctrica, ni qué decir de los medios informáticos, como Internet Sí, veo cómo la realidad que conocí en mi adolescencia, hace más de treinta años en los campos de Cuba, no es un fantasma ni producto de mi imaginación es la verdad de muchos pueblos, y pienso con tristeza, con profundo desgarramiento en los derechos humanos que se les niegan, mientras otros gozan de la superabundancia, de la bonanza y del derroche
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