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NADA ES TAN BELLO COMO LA ESPERANZA

NADA ES TAN BELLO COMO LA ESPERANZA Suele ceñirse y también reducirse el concepto de cultura a las artes y las letras, así se olvida la Historia, ese reservorio natural de la memoria, testimonio de la especie humana en su diálogo con el universo. De ahí la significación que alcanza la publicación por la Editorial Argos, de Santo Domingo, en la República Dominicana del libro Casados con la verdad, de la periodista cubana Mercedes Alonso Romero en el que se reúnen numerosas entrevistas, realizadas por la autora, en distintos períodos de su profesión, a prestigiosas y reconocidas figuras de nuestra cultura, Premios Nacionales de Historia, de Ciencias Sociales, laureados con diversos galardones, como el Premio Casa de las Américas y los de la Crítica. Este cuaderno, enriquecido desde la gráfica, con las imágenes de los entrevistados, realizadas por algunos de los más destacados fotógrafos cubanos, como Raúl Castillo José Oscar Castañeda, Pablo Pildaín, Gilberto Rabassa, Guillemo de Jesús, J.L.G Garciandía y Yamil Lage Acosta, es un tributo al pensamiento cubano contemporáneo, expresión legítima de nuestra cultura, ya que estas mujeres y estos hombres retoman el legado fundacional del siglo XIX y se adentran en nuevas y complejas zonas de la reflexión y del análisis de cuanto ha sucedido y sucede en nuestro país. El título del volumen brota de las palabras del primer entrevistado, el decano de los historiadores cubanos en activo, el maestro y obligado referente por su sapiencia y modestia que es César García del Pino, laborioso e infatigable que se confiesa, desde su especialidad y por su ética, “un individuo casado con la verdad”, como condición sine qua non de quien se entrega a la Historia. También y en el cuaderno merece destacarse el espacio dedicado a “los que ya no están”, entre los que se encuentran figuras mayores de nuestra cultura, como Hortensia Pichardo, José Luciano Franco, José Antonio Portuondo, Sergio Aguirre, la escultora Jilma Madera cuya presencia en este homenaje se valida desde el Martí del Turquino y Francisco Pérez Guzmán a quien se dedica el libro, sensibles pérdidas que sin embargo nos dejaron la riqueza de sus obras, homenaje per se del hombre sobre la vida. Varias mujeres se incluyen en este libro, amén de la maestra de maestros que fue la Pichardo, y de la propia Jilma, como Nydia Sarabia, Aurea Matilde Fernández Múñiz, Olga Portuondo Zúñiga y María del Carmen Barcia, expresión de la presencia femenina dentro del horizonte de las Ciencias Históricas en Cuba que califican por su autorizada incidencia desde el claustro y la Academia, desde el periodismo al ejercicio intelectual con diferentes aportes a nuestra cultura, que inciden además en el enriquecimiento de la propia ciencia, con esa perspectiva de lucidez no exenta de lirismo, que permite aprehender hasta el detalle, y sobre todo, dimensionar espacios subjetivos de cuanto acontece por la mano humana, en pos de un testimonio que no silencie a nadie, ni invisibilice circunstancias y seres, desde la Cuba profunda hasta los escenarios hispánicos siempre relacionados con nuestra historia como nación y nacionalidad. Voces y experiencias como las de José Cantón Navarro, Jorge Ibarra, Oscar Zanetti, Eduardo Torres Cuevas y Eusebio Leal se reúnen aquí, desde la singularidad de cada uno, en este texto que cuenta a manera de prólogo con las reflexiones de un joven de las últimas promociones de los historiadores, como Yoel Cordoví, todos los que subrayan el sentido de pertenencia y de responsabilidad moral y social de quienes se dedican a esta profesión y vencen dogmas, prejuicios, ignorancia, desinformación y esquemas a priori en pos de una mirada en verdad signada no sólo por la cientificidad de su labor, sino por el compromiso ético de quienes la realizan. Eusebio Leal destaca: “La cultura es la verdadera clave interpretativa. Además, hay para millones de seres humanos una profecía de perennidad y resurrección que no acaba. No hay nada tan bello como la esperanza.” Mientras que Eduardo Torres Cuevas se declara deudor de los maestros del pensamiento histórico y social en Cuba, quienes supieron no sólo darnos lecciones de principios científicos e ideológicos, sino que subrayaron la necesidad comunicacional de una escritura de la Historia que pudiese llegar a todos, como vía de enseñanza y de crecimiento, legado que él asume personalmente desde el magisterio de José de la Luz y Caballero, y reconoce en Félix Varela y en José Martí. Como María del Carmen Barcia, de natural tan aguda y sensible, resume su profesión, la que ha ejercido durante varias décadas desde las aulas de la Universidad de La Habana y ha volcado en sus libros, al situar la función formativa de una vocación: “Enseñar a pensar ha sido para mí una divisa.”

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