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EL MILAGRO DE UN LIBRO

EL MILAGRO DE UN LIBRO Desde pequeña, lo confieso, me gustaba escribir. Primero fueron los palotes, las estrellas y los peces, los lápices rojos y azules, los bolígrafos que robaba a mis tíos, después vinieron los primeros poemas, con versos impublicables. Ahora, a la altura del tiempo, y luego de más de treinta años de haberme adentrado en esta pesadilla, porque no es hobbie para mí la escritura, miro cuánto me queda todavía por hacer, y espero que el tiempo me lo permita.
Entonces, me sorprendo a mí misma esbozar una sonrisa, y vuelvo a mi adolescencia rebelde, a la insolencia de aquella iconoclasta, y retorno al hogar de Félix Pita Rodríguez, uno de los bien merecidos Premios Nacionales que se han otorgado en Cuba a alguien como reconocimiento a la obra de la vida y cuya imagen acompaña a este texto mío porque a los amigos no se les puede olvidar.
Entonces, ni él ostentaba esos lauros ni tampoco había dejado de existir, físicamente. Sólo era un poeta y narrador que consumía toneladas de café, y de cigarros, mientras me escuchaba poemas y sueños, con singular generosidad, pero sin paternalismo.
Y, cuando cualquiera de nosotros, porque éramos muchos los que acudíamos a su hogar, en verano o invierno, con las primeras cuartillas, y protestábamos por las dificultades que encontraban aquellos textos nuestros en publicarse, él luego de probar una vez más el tabaco, y de gozar del espléndido aroma del café carretero, me contaba de sus andanzas, desde la infancia a la vejez, y se detenía, en un recodo del camino, para hablarme de las ediciones de “autor”que debía hacer, como tantos colegas suyos, para editarse, para sufragar los gastos de la impresión de sus cuentos y poemas, y luego cómo se articulaba la estrategia de la distribución y la venta de un libro al que muy pocos podían acceder en Cuba, país de enorme analfabetismo y de poco amor entonces por la lectura.
Así, vuelvo con el íntimo amigo de Nostredamus y de Francois Villon, a las tardes de la Habana Vieja, con zapatos gastados, luego de cobrar sólo cinco pesos por un cuento edito en la afamada revista Bohemia y me veo, a esta altura de mi vida, en el concierto de la madurez, y veo que ninguno de mis libros los he pagado yo, que todos con mayores o menores bondades editoriales han sido publicados gracias a la existencia en Cuba de un sistema editorial, donde no todo es perfecto, ni estamos los autores en el paraíso, pero me afirmo en esta realidad que gozo, y conmigo mi literatura, así como la de otros compañeros del gremio, geniales o mediocres.
Pienso en Félix, sumido en la bohemia de entreguerras, en el París del Frente Popular, en las bombas que resuenan en la frontera española, en poetas que fueron pastores como Miguel Hernández, y siento una rara mezcla de envidia y felicidad, y escucho a otros más jóvenes que yo, aspirantes al Nobel dentro de su utopía, someter a crítica lo que tenemos, deseosos también como yo de perfectibilidad, de contar con mayores recursos financieros en este país que sobrevive y combate, desde el diario vivir, en medio del bloqueo que otros llaman “embargo” de manera eufemística.
Me veo también en las salas de la antigua fortaleza colonial de San Carlos de la Cabaña, compartiendo con escritores, editores y, sobre todo con lectores y lectoras, porque somos un país letrado, donde el hábito de leer es uno de los places más hermosos de nuestra propia condición humana. Agradezco a quienes me precedieron en este fatigoso sendero de la escritura, porque sé que no se somete mi literatura, al menos hoy, al esclavo oficio del mercadeo y que quienes acuden a las presentaciones de mis libros, y los disfrutan me hacen sentirme una mujer más plena.
La mujer que escuchó, hace sólo unas semanas, a una joven museóloga, en el poblado de San José de las Lajas, en la provincia de La Habana, al sur de la capital de la Isla, confesarme que gracias a mí había descubierto a José Martí cuando, de niña, accedió a la lectura de mi primera biografía del Apóstol de nuestra independencia, aquel volumen profusamente ilustrado –en injustamente no reeditado, porque eso sí, carecemos de una acertada política de reediciones, también en medio de nuestras carencias económicas-, y siento que puedo aún ruborizarme, vencer el ego que habita en todo autor o autora. Como también, firmo el ejemplar de mi última novela publicada, Donde habita el olvido, mientras un joven que es como yo lo fui, como también lo fue Félix Pita, me dice que, como libro de cabecera, tiene uno de mis poemarios, El pez volador.
Entonces siento que soy deudora de aquellos soñadores, como el autor de Córcel de fuego que en una Cuba hambreada y analfabeta no renunciaron a la literatura porque sabían que el milagro de un libro siempre podrá contribuir, al menos así quiero creerlo, a que los hombres y las mujeres puedan también actuar sobre la tierra, sobre este planeta que se ve tan azul desde el cosmos, y ganar la independencia, la libertad que les confiere el ser dueños de sí y de sus destinos, para construir una sociedad mejor, donde la vida y la lectura que es parte de la vida sean posibles no para una élite sino para toda la especie humana.

1 comentario

Caridad -

María mercé: vi el anuncio y te lo transcribo tras pasarlo por el traductor

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Parece que fue una inserción de Google, luego te veo esto con Blogia. cari