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ELISEO DIEGO EN SUS 85 AÑOS

ELISEO DIEGO EN SUS 85 AÑOS Cuando le conocí Eliseo tenía sólo 47 años, y en sus ojos había una luz muy particular, como si estuviera tocado por aquellos duendes de los que habló un día García Lorca. Era de esos poetas que sabían escuchar versos ajenos, que entregaba su tiempo a los demás y, en especial, a los más jóvenes.
Como otros adolescentes que comenzaban a emborronar cuartillas, llegamos al escritor antes que al hombre, porque sólo le conocíamos gracias a la letra impresa. Después, sin abandonar jamás la admiración por el creador, nos quedamos enamorados de la persona que escribía aquellos cuentos y aquellas poesías.
Devorábamos entonces la primera edición del libro de aquellas maravillas de Boloña que nos devolvían otra mirada dentro de la poesía de aquella década, la del hacedor de la Calzada de Jesús del Monte, una de las voces que, por su ternura, síntesis y esencia más se aproxima, en la lírica cubana, al misterio de los Versos Sencillos, de José Martí.
Como después, y entre los anaqueles de la biblioteca, descubrimos aquellos cuentos suyos, los de su oscuro esplendor que nos entregaban la creatividad de un autor, en la que se conjugaba la metafísica, la espiritualidad, los sentidos, muchos elementos del absurdo no exentos de cierta dosis de crueldad y, en particular, una literatura fantástica que enriquecía la panorámica de nuestras letras.
Años más tarde acompañé, junto a otros amigos, al maestro, que lo fue en las aulas y en la vida, como docente y graduado de Pedagogía, como a través de sus libros y de su propia oralidad, cuando se le entregó el Premio Nacional de Literatura, en 1986, año en el que igualmente se otorgó ese lauro a otros dos grandes de nuestra cultura, a José Antonio Portuondo y a José Soler Puig, galardón merecido que entonces compartieron aquel habanero y aquellos dos santiagueros, tres hombres que valían por sus obras y también por la nobleza de sus corazones. Más tarde, en los encuentros nacidos de la amistad, compartí la alegría de su Premio Juan Rulfo que le fuera entregado en México, país al que viajó y donde murió físicamente, aunque sus restos descansan en su tierra cubana.
Hace unos días, al leer sus cuentos volví a encontrarme con Eliseo Diego, cuando leí sus palabras, al valorar su propia poesía, y defender la necesidad de la existencia de muy diversas voces, tendencias y estilos múltiples para el enriquecimiento espiritual de la cultura y la pluralidad del discurso literario cubano.
Lo había escrito Eliseo con esa natural sencillez que siempre nos enseñó, y que no dejaba de sorprendernos, porque nunca dejó de ser el niño aquel que jugaba, escribía y soñaba en su casa de Arroyo Naranjo que, de estar entre nosotros, hubiera cumplido este 2 de julio sus 85 años.
Un hombre puro que tuvo la inteligencia, yo diría que la grandeza, de no creerse nunca dueño de la verdad, porque siempre supo que bajo el cielo el sol alumbra a todas las criaturas de la tierra.

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