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EN EL CENTENARIO DE DORA ALONSO

EN EL CENTENARIO DE DORA ALONSO

El tono campesino de la guitarra, la ascendencia hispana de sus cuerdas, el lirismo abierto y sin afeites de trovadores tan reconocidos como Compay Segundo y Polo Montañés, se suman también a este viaje entre anécdotas y relatos, para aproximarnos a una mujer, cuyo centenario celebramos este año y que a pesar de su muerte física, sigue viva en cada librería, biblioteca, feria cuando niñas y niños reclaman los libros de  Dora Alonso, quien sabe vencer el olvido y el silencio, aunque amorosa de la sencillez, prefirió diluirse, o mejor, multiplicarse entre el viento, al pie de los rojizos mogotes de la provincia más occidental de Cuba, Pinar del Río, entre los que se aventaron sus cenizas.

 

En la pasada Feria Internacional del Libro, al presentarse por la Editorial Gente Nueva la Colección Dora Alonso, volvía ella a adueñarse del escenario, aunque sería bueno también que otras casas editoriales, pienso en Letras Cubanas y la UNEAC, como también Abril y la Pablo de la Torriente, deberían sumarse a esta línea para publicar sus obras, destinadas a otros públicos, a lectores adultos y juveniles, como también a esferas especializadas como las de las artes escénicas y el periodismo, ya que esa autora no solo fue y es la figura emblemática de la literatura infanto-juvenil cubana del siglo XX, sino una escritora que, desde que comenzó a mostrar su necesidad expresiva, con aquel primer poema suyo que dio a la imprenta, cuando solo tenía 16 años, hizo de la palabra un instrumento de comunicación y diálogo, para compartir experiencias, vivencias, emociones, sentimientos con los otros, es decir, con nosotros.

 

Numerosas son y serán, motivadas algunas por lógica en este año de su centenario, las aproximaciones críticas e históricas a su obra, desde el plano filológico y estético, y ojalá no me equivoque, sin embargo, también debieran unirse a esa perspectiva de investigación, necesaria algún día de emprenderse de manera integral, por la diversidad de su obra, los medios ya que una de las mayores presencias de un escritor(a) en la radiodifusión cubana lo fue Dora, autora de alrededor de 14 radionovelas, algunas de las cuales serían, años más tarde, versionadas por otros a la televisión, como sucedió con “Sol de batey” y la última, “Tierra brava”, esta sobre el original de su “Medialuna”, sin que olvidemos la referencia del testimonio que dejó, en buena parte de la prensa plana, desde esa otra vertiente de su labor profesional en el periodismo, las que incluso le permitieron testimoniar la batalla de Girón, desde la privilegiada presencia en aquel año 61.

 

Mas quiero detenerme en uno de los rasgos esenciales de su proyección artística, desde el dominio de la palabra, en esta creadora cubana, escritora de libros de poesía, teatro, narrativa (tanto de novelas, noveletas y cuentos), para diversos públicos, desde la infancia a la tercera edad, periodista y cronista y autora de seriales, sin desdén ni menosprecio a sus oyentes o televidentes, al incorporar los recursos expresivos del melodrama, con inteligencia y buena dosis imaginativa de lo emotivo, para también conducir a la reflexión, y eso desde los días aquellos en los que hacer “jabón”, es decir, escribir para las publicitarias y las empresas jaboneras que patrocinaban aquellas producciones, solía imponer la más absoluta ramplonería y ligereza en cada propuesta, ya que ellos, los que pagaban a los autores, afirmaban que el público solo alcanzaba una medianía de segundo grado de escolaridad y también de conciencia, (claro, en un país de iletrados y de analfabetos). Y es que en Dora, como núcleo de una poética, la que ella sabía adecuar a los diferentes géneros y medios en los que incursionaba, tenía en la sencillez, en la naturalidad deudora de las fuentes de la oralidad primaria en toda palabra humana, el instrumento idóneo para expresarse.

 

Muchos fueron los galardones que recibió Dora, entre ellos el Premio Nacional de Literatura, en 1988, año en que lo obtuvo junto a Cintio Vitier, y un año después de haberse entregado, por primera vez, a una mujer, en 1987, que fue Dulce María Loynaz, como dos años antes de habérsele otorgado a otra fémina, Fina García Marruz, antes de un largísimo silencio que fue roto solo al dársele a otra escritora tal lauro, en 1997, cuando se premió a la también matancera, como lo era Alonso, a la poetisa Carilda Oliver Labra, para continuar tales reconocimientos, con la inclusión de otras autoras, solo en la primera década del siglo XXI.

 

Sin embargo, y ahí vale la anécdota, nada iluminaba más a la escritora que ver cómo su producción se asimilaba, muchas veces en medio del más increíble anonimato, por distintas personas en todo el archipiélago quienes jamás la conocieron, personalmente, pero que sabían agradecer las virtudes de aquella creadora que, muchas veces, los tomaba a ellos, desde la niñez y la adolescencia, como en la juventud, la adultez y la vejez, como protagonistas de sus obras, así como el entorno geográfico y la atmósfera de su discurso literario, uno de los más auténticos por su cubanía de nuestras letras.

 

En una ocasión, y en una de sus visitas a Pinar del Río, provincia cuya gente y naturaleza la atrapaba, desandaba en solitario por el campo, en medio de la hermosura del Valle de Viñales, (el que ella llevó a la escritura con su noveleta “El valle de la pájara pinta”, galardonada con el Premio Casa de las Américas, en el género infanto-juvenil, y segundo lauro de esa institución que recibía), y ya fatigada, más sedienta que hambrienta, se acercó a un bohío, en medio de aquellos valles y montañas, y se encontró a un anciano, uno de esos estoicos campesinos de las llanuras de Pinar…quien seguía, para su sorpresa, y en un radio de pilas, una radionovela que era suya…al pedirle agua, y aplacar la sed, gracias a la gentileza de aquel sujeto, ella le confesó su identidad…

 

Y ahí se produjo la sorpresa, cuando el curtido agricultor le espetó en su rostro una tan lapidaria como intrínsecamente elogiosa respuesta. “No m’ija…no me diga eso… qué va a ser usted Dora Alonso….Dora Alonso es una mujer excepcional…”. Palabras, gestos, sonrisa de perdonavidas…todo se le reunió en el semblante al hombre, devenido fan suyo, ferviente radioyente de aquel relato, quien no podía aceptar que estaba, como lo estuvo, ante aquel ser común, para él irrelevante, que podía nada menos que ser la autora preferida, la que para el campesino era un ser de otro mundo, inteligente y sensible, tanto como etéreo…tal vez…”.

 

O aquel otro momento suyo, de sus andanzas, mientras asistía a talleres literarios de aficionados, daba un consejo a un joven autor, o asumía el para ella desagradable oficio de ser jurado en cualquier evento, sabedora de lo circunstancial que es todo juicio humano…y en el diálogo con otra mujer, tan sencilla y de pueblo como lo era Dora, al compartir incidentes cotidianos, alguien de la comitiva vino a buscarla, y le dijo “Dora, apúrese…tenemos que partir…”. La interlocutora, más sorprendida…lo fue otra vez la escritora cuando aquella mujer de pueblo, que gustaba leer sus cuentos y compartirlo con sus hijos y nietos, quedó también atrapada por la sorpresa de saber que quien había compartido durante varios minutos lo era la autora de las “Aventuras de Guille…”, del célebre y travieso Pelusín….de tantos sueños que le hacían más feliz.

 

 

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