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Los sueños del Ismaelillo

Había una vez...un joven soñador, lleno de energías y de esperanzas, que llegó un día a Caracas y, sin quitarse la fatiga ni el polvo del camino, preguntó dónde se encontraba la estatua de Bolívar, y allí, al pie del Libertador, se echó a llorar.

Aquel muchacho, que días más tarde cumpliría en tierras venezolanas sus 28 años, era José Martí. Entre los cerros de la capital llanera, gracias a nuevas amistades, comenzaría a escribir en las páginas de los periódicos, daría clases y su voz se escucharía en las veladas y en las tertulias.

En el espacio íntimo, donde descansaba por las noches, escribía también, pero versos. Se los inspiraba su hijo José Francisco, ausente de su cariño, y así fue naciendo, como en el viaje que lo condujo a Venezuela, por el mar Caribe, desde los Estados Unidos, el poemario precursor del Modernismo, su Ismaelillo.

Martí creció como poeta y escritor durante aquellos meses suyos de su estancia en Venezuela. Meditó, reflexionó sobre el destino de nuestra América, y concibió la independencia de Cuba como aquella estrofa que todavía faltaba al poema que escribió con su espada Bolívar.

Fueron los sueños y las utopías de un hombre bueno, el que amaba intensamente a su patria, a Cuba y hacía suyo el destino de todos los pueblos de América latina y de la cuenca caribeña, los que habitamos al sur del Río Bravo

Desde entonces, nosotros que somos sus hijos e hijas, sus Ismaelillos, recibimos el mensaje de Martí, desde la belleza de su escritura, con la esperanza de ser libres, de vivir en paz, de trabajar por el desarrollo de nuestros pueblos, por eso sabemos que debemos luchar para que aquel poema que el cubano universal soñó se realice plenamente, con justicia, equidad y soberanía.

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