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LA AMERICA DE JOSE MARTI

LA AMERICA DE JOSE MARTI

La vida privilegió el talento de José Martí. Su propia experiencia avaló el desarrollo de sus ideas. Y aquel joven que partió al destierro, en plena adolescencia, para espigar en la metrópoli española, amplió precisamente el referente histórico de la independencia de Cuba en el diálogo fecundo que protagonizó durante su estadía en otras naciones de América como México, Guatemala y Venezuela.

Se insertaba la Isla amada no sólo en la contextualidad geográfica de las Antillas y el Caribe, sino en el universo de lo que él, desde entonces, comenzó a nombrar como “nuestra América”, ese territorio, esa comunidad de intereses, etnias, tradiciones, culturas e historia que se expanden desde el Río Bravo hasta la Patagonia.

Nacido en los primeros años de la segunda mitad del siglo XIX, José Martí vive también la experiencia de la construcción de la Modernidad, durante los tres lustros de su exilio en los Estados Unidos, mientras el país emergía de la guerra civil, abría su espacio a miríada de emigrados, y avanzaba tecnológica, cultural, socialmente hacia la era de los monopolios, el capital industrial y el potencial financiero que lo convertirían, en la próxima centuria, en una potencia a escala mundial, particularmente significativa en el desarrollo histórico de los pueblos de América a los que veía como su “traspatio natural”, en la política expansionista del imperio.

Ambos horizontes permitieron al cubano José Martí convertirse en el continuador legítimo del ideario bolivariano, ante las nuevas realidades de la historia política, económica y social del trasvase entre el siglo XIX y el XX.

Desde su sensibilidad humana, avalada también por su condición de artista, de poeta, puede Martí revisitar el pensamiento de Simón Bolívar y de los próceres de la independencia, y construir un proyecto que, desde la independencia de Cuba y Puerto Rico, se traduzca en aquella estrofa que, para él, faltaba en el poema de 1810.

Así, el latinoamericanismo martiano, deudor del bolivariano, aborda en medio de la emergencia del imperialismo norteamericano, las perspectivas de desarrollo de los pueblos de nuestra América, como parte indispensable del equilibrio del mundo, teoría política que trasciende su época y cobra mayor vigencia en nuestros días.

Los valores propios del llamado por él hombre natural, del proceso histórico de la construcción de las identidades, la cultura como manifestación de las esencias y no de las apariencias, en defensa del perfil auténtico y con mirada orgánica, nunca mimética ni dependiente, se manifiestan igualmente en el proyecto martiano de una América otra.

Su presencia en las sesiones de los congresos realizados en Washington, donde se gestó la política expansionista del panamericanismo en el área continental, y su temprana defensa del diálogo, de igual a igual, con todos los pueblos y naciones del mundo, como vía de desarrollo, avaló también la formación de esta doctrina política profundamente revolucionadora, que se asienta en las necesidades históricas de América Latina y el Caribe, en la que cual los pueblos del subcontinente encuentran, todavía, respuesta a sus propios y complejos problemas.

Cuba, América Latina y el espacio más abarcador que él calificó como Patria, al afirmar que “Patria es humanidad” permitieron al genio político de José Martí adelantarse a sus coetáneos, en el diseño de un programa liberador que no se limita a esquemas ni fórmulas superestructurales, sino que se desplaza hacia el corpus de la historia, en toda la diversidad manifiesta entre los pueblos latinoamericanos y caribeños, insertos en el contexto mayor de la especie humana como destino.

Uno de sus textos más lapidarios, el conocido ensayo Nuestra América, así como sus discursos sobre Bolívar y el nombrado Madre América, pronunciados por José Martí en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, en Nueva York, responden a una línea de pensar complejo, de profunda médula dialéctica que se apropia, por la vía epistemológica, de la historia y la somete a una demoledora crítica desde el análisis de todos y cada uno de los períodos, desde las culturas aborígenes hasta la colonia y la república.

Hombre de su tiempo y de todos los tiempos José Martí supo articular un proyecto de cambio, profundamente enraizado en los acontecimientos y sucesos de la historia latinoamericana y caribeña, bien conocidos por él y sometidos también a un pensamiento crítico, en el que se manifiesta además la apropiación del legado filosófico de su época, no para emular con este ni para aceptarlo pasivamente, sino como instrumento de estudio, siempre adecuado a las propias realidades políticas, económicas y sociales de nuestra América.

Quien como José Martí se manifestó en múltiples esferas de la vida, desde la creación literaria al periodismo y a la acción política, al organizar y preparar un programa y una acción revolucionaria que condujera al pueblo cubano a la última guerra de independencia, pudo construir su teoría y dar énfasis práctico, desde la apropiación también legítima de la experiencia histórica de las naciones y culturas de América Latina.

Es desde esta mirada suya que José Martí nos lega un pensamiento dialéctico, coherente y complejo que responde no al voluntarismo sino a las demandas y urgencias de la propia historia de América y del mundo, y la propia vida lo ha demostrado, como en el pasado siglo XX, en el cual, como en estos primeros años de nuestra centuria, las líneas de la política martiana resplandecen no como utopías infranqueables, sino como propósitos realizables a favor de las masas más humildes, y populares, que no conocen todavía, y a pesar de la independencia formal de nuestras repúblicas, de la justicia social y de la cultura.

 

13 DE MARZO

13 DE MARZO

Acababa de cumplir los 12 años. Recuerdo que ese día no fui a la escuela. Y, horas más tarde, llegó la noticia a mi hogar: José Antonio Echeverría y los estudiantes habían asaltado el Palacio Presidencial para ajusticiar al tirano Batista.

También fue el nerviosismo, la tensión de mi familia y los vecinos. Después vendrían las lágramias de mi madre al saber de la muerte de José Antonio, de "Manzanita", al costado de la Universidad de La Habana...

Y los recuerdos de mi mamá, cardenense como el mártir...a quien de pequeño había tenido en sus brazos, por lazos de amistad con su madre, Conchita Bianchi y con su padre, Sinforiano...

Pasaría mucho tiempo, muchos años, y una tarde fui hasta la casa natal de José Antonio, recorrí las habitaciones, contemplé los objetos personales, un cuadro que quedó a medio camino, sin concluirse la pintura...

Fui estudiante universitaria, subí y bajé muchas veces la Colina, como llamamos los habaneros a la sede de la escalinata, el corazón de la juventud cubana, el sueño de tantos...y deposité flores donde aquel joven de 27 años cayó con el deseo de hacer a Cuba libre...

Cada 13 de marzo lo recuerdo también, y consagro un espacio muy cálido para su memoria, el que compartí con mi madre, y el que todos en esta Isla le dedicamos a aquellos jóvenes valerosos y nobles que entregaron su vida con verdadero patriotismo...

 

Alicia Alonso, una leyenda a los 85 años

Alicia Alonso, una leyenda a los 85 años

Como el arquero de Sagitario que rompe con su luz el viento, y es su signo zodiacal, la cubana Alicia Martínez de Hoyo, o mejor dicho, esa leyenda viva de la danza que es Alicia Alonso, llega en este diciembre a los 85 años, en medio del júbilo, la música y la poesía que le tributan justísimo homenaje.

Para muchos, ella es sin duda alguna, Giselle, y desde la ingenuidad y ternura del personaje, la figura lírica que copó todos los escenarios del mundo, para mí lo confieso, es una mujer altiva y pasional, la misma que me encandiló en mi adolescencia cuando la vi estrenar Carmen, y superar desde las tablas, la interpretación de la rusa Maya Plisetskaya, para quien el maestro Alberto Alonso, creó ese hermoso ballet, inspirado también en otra leyenda de la literatura y del bell canto.

Inteligente y fiera, no sólo Alicia hizo gala de su técnica con el dibujo magistral de los giros espectaculares sobre el escenario, sino que dio calidez excepcional a sus personajes por la fuerza de su personalidad, entregada a una interpretación en extremo personal y dramática, donde nada quedaba al azar.

Mas este genio de la danza, que nació y vive en Cuba, a la que ama con igual pasión que al baile, o más diría yo, no sólo quiso y lo logró ser uno de esos monstruos del ballet, sino que ha sido la forjadora de toda una escuela, de una manera de apropiarse del arte danzario para crear, en medio de su juventud y con energías, junto al maestro Fernando Alonso el que se llamó primero Ballet Alicia Alonso y luego Ballet Nacional de Cuba.

Es la misma mujer locuaz dentro y fuera del teatro, que nunca perdió la esperanza ni vio disminuida su fe, ni siquiera ante los avatares de la vida, ni ante las quiebras de su propia salud, y supo que su voluntad mayor sería no sólo la de una carrera magistral, la de ese mito que es Alicia Alonso, sino que se traduciría mejor en la multiplicación de talentos que hoy, en muchos escenarios y en todos los continentes, son muestra de esa escuela cubana del ballet que sin la existencia de Alicia sería imposible.

Leyenda viva, energía astral la suya, como la de la Ceiba que magia y fecundidad puebla los campos de Cuba y se expande por la cuenca caribeña, Alicia es un reto al espíritu, un verdadero huracán de sueños y utopías, tan infinito en su decir cuando se conoce la magia de la danza, como lo es la línea misma del horizonte, donde no me extrañaría ver alguna vez, en la hora del crepúsculo que según los iniciados chamanes es la hora del poder, la imagen de esa mujer, volar como la luz y la sombra.

Siempre Viva Cuba

Siempre  Viva Cuba

El cine es una de nuestras grandes pasiones. Y, cada diciembre, todo el archipiélago cubano vibr al compás de las 24 imágenes por segundo. En este 2005, una película interpretada por niños y niñas, la primera en su género dentro de la cinematografía cubana, del joven realizador Juan Carlos Cremata aspirará a los máximos laures, el premio Coral.

Allí, en las secuencias de Viva Cuba está el amor a la tierra, a las palmas, al aire, al azul del cielo, al mar que nos rodea, desde la pureza y la inocencia de la infancia, ese sentido de identidad que tanta nostalgia crea en quienes viven en otras playas, pero siguen latiendo por este sol, a pesar de los huracanes del Caribe.

Como otros filmes, también Viva Cuba ha sido presentada para las nominaciones del Oscar, no sabemos si será candidata o no al controversial pero siempre deseado galardón...Ojalá, eso sí, continué ganando aplausos, entre los pequeños y las pequeñas, como sucedió en el Festival de Cannes, porque es un mensaje de amor, y en el mundo hace falta más amor que guerra-

El canto de la patria

Mas que un himno que convoca al combate como lo dicen sus versos, el Himno de Bayamo es toda una historia de amor, la de las palmas y los ríos, las montañas y los llanos, la de la entrega sublime al corazon de la tierra en la que nacimos.
Por eso y como homenaje, cada año, cada 20 de octubre, todo el archipiélago cubano es una fiesta, la del Día de la Cultura Nacional, cuando se conmemora aquella tarde en la que un hombre, sobre su caballo, improvisa versos que claman por libertad, independencia, e igualdad, libres ya los esclavos por quienes fueron sus amor, hermanados en la batalla, ante la luz del sol.

Maria Teresa Vera, siempre en la memoria

Maria Teresa Vera, siempre en la memoria En este año se cumple cuatro décadas de la muerte de una sencilla mujer, la voz más memorable que ha tenido la trova cubana, desde el costado femenino. Me refiero a María Teresa Vera, quien solía acompañarse de su guitarra, como en su adolescencia y en su juventud, cuando cantaba en su tierra natal, Guanajay o en la capital, La Habana o iba a Nueva York como miembro de dúos o del Sexteto Occidente a grabar sones.
Ella es la autora de una de las más hermosas canciones cubanas: Veinte años...historia de amor y desamor, que revela la sensibilidad de la mujer, su mirada personal, y habla con nostalgia de tiempos felices...
A María Teresa, siempre en la memoria, se le rinde particular homenaje en este octubre, y como una de las figuras más importantes de la música cubana, en estas jornadas que se celebran por el Día de la Cultura Cubana que será el próximo 20 de octubre, fecha en que se recuerda, en la Isla, el canto del himno, en la ciudad de Bayamo, primera capital de la patria que entonces nacía, en la primera guerra de independencia, y se cantaba al aire, bajo el cielo azul y entre las palmas.

ERNESTO LECUONA, CUBANO UNIVERSAL

ERNESTO LECUONA, CUBANO UNIVERSAL La villa de Guanabacoa, hoy uno de los municipios de Ciudad de La Habana, ha sido la cuna de grandes figuras de la cultura en la Isla. Y entre ellas sobresale un músico, el más reconocido, a escala universal, entre los compositores cubanos: Ernesto Lecuona quien, de vivir, arribaría en este agosto a los 110 años.
Mas debo rectificar porque el autor de Siboney, Siempre en mi corazón, Damisela encantadora, de zarzuelas como María la O, jamás ha conocido el olvido y, por eso, desde su obra ha vencido a la muerte.
Confieso que su música me arrulló en mi infancia y que mi madre cultivó su amistad como también la del maestro Gonzalo Roig y la de Rita Montaner. Será por eso que no puedo escuchar sus canciones sin estremecerme, ya me lleguen en las voces de una Esther Borja o de un Plácido Domingo.
Cuando era niño, y sólo contaba con cinco años, ya Ernesto Lecuona interpretaba al piano para sorpresa de sus maestros y familiares. Después, de adolescente, como otros grandes de la música cubana, fue pianista en los cines silentes de la capital para ganarse el sustento.
Tempranamente sorprendió a su hermana, la también compositora Ernestina Lecuona, con su virtuosismo, como a todos sus maestros, dueño de condiciones físicas, de manos excepcionales para la ejecución de su instrumento, el mismo del que brotaron sus Danzas cubanas y que tuvo en Lecuona a un virtuoso.
Los españoles le admiran tanto que, en Málaga, una de sus calles lleva el nombre del autor de la igualmente célebre pieza: La Malagueña y en esta tierra suya, sus canciones se respiran, como las bondades del trópico, porque son obras imantadas por la belleza y el amor.

ELISEO DIEGO EN SUS 85 AÑOS

ELISEO DIEGO EN SUS 85 AÑOS Cuando le conocí Eliseo tenía sólo 47 años, y en sus ojos había una luz muy particular, como si estuviera tocado por aquellos duendes de los que habló un día García Lorca. Era de esos poetas que sabían escuchar versos ajenos, que entregaba su tiempo a los demás y, en especial, a los más jóvenes.
Como otros adolescentes que comenzaban a emborronar cuartillas, llegamos al escritor antes que al hombre, porque sólo le conocíamos gracias a la letra impresa. Después, sin abandonar jamás la admiración por el creador, nos quedamos enamorados de la persona que escribía aquellos cuentos y aquellas poesías.
Devorábamos entonces la primera edición del libro de aquellas maravillas de Boloña que nos devolvían otra mirada dentro de la poesía de aquella década, la del hacedor de la Calzada de Jesús del Monte, una de las voces que, por su ternura, síntesis y esencia más se aproxima, en la lírica cubana, al misterio de los Versos Sencillos, de José Martí.
Como después, y entre los anaqueles de la biblioteca, descubrimos aquellos cuentos suyos, los de su oscuro esplendor que nos entregaban la creatividad de un autor, en la que se conjugaba la metafísica, la espiritualidad, los sentidos, muchos elementos del absurdo no exentos de cierta dosis de crueldad y, en particular, una literatura fantástica que enriquecía la panorámica de nuestras letras.
Años más tarde acompañé, junto a otros amigos, al maestro, que lo fue en las aulas y en la vida, como docente y graduado de Pedagogía, como a través de sus libros y de su propia oralidad, cuando se le entregó el Premio Nacional de Literatura, en 1986, año en el que igualmente se otorgó ese lauro a otros dos grandes de nuestra cultura, a José Antonio Portuondo y a José Soler Puig, galardón merecido que entonces compartieron aquel habanero y aquellos dos santiagueros, tres hombres que valían por sus obras y también por la nobleza de sus corazones. Más tarde, en los encuentros nacidos de la amistad, compartí la alegría de su Premio Juan Rulfo que le fuera entregado en México, país al que viajó y donde murió físicamente, aunque sus restos descansan en su tierra cubana.
Hace unos días, al leer sus cuentos volví a encontrarme con Eliseo Diego, cuando leí sus palabras, al valorar su propia poesía, y defender la necesidad de la existencia de muy diversas voces, tendencias y estilos múltiples para el enriquecimiento espiritual de la cultura y la pluralidad del discurso literario cubano.
Lo había escrito Eliseo con esa natural sencillez que siempre nos enseñó, y que no dejaba de sorprendernos, porque nunca dejó de ser el niño aquel que jugaba, escribía y soñaba en su casa de Arroyo Naranjo que, de estar entre nosotros, hubiera cumplido este 2 de julio sus 85 años.
Un hombre puro que tuvo la inteligencia, yo diría que la grandeza, de no creerse nunca dueño de la verdad, porque siempre supo que bajo el cielo el sol alumbra a todas las criaturas de la tierra.

¿Derechos humanos para la infancia?

¿Derechos humanos para la infancia? Hace algo más de tres décadas que un grupo de jóvenes y adolescentes estudiantes universitarios, en compañía de nuestros profesores, recorríamos los campos y las montañas de Cuba, no sólo con la cultura libresca aprendida en las aulas, sino con el propósito mayor de conocer la realidad de nuestro país y de su gente.
Ahora veo cómo en mi país ya no hay analfabetos, como aquellos que me encontré entre pinos y casuarinas en las sierras y minas de la más occidental de las provincias cubanas, nuestra rojiza y espléndida Pinar del Río.
No puedo rehuir la nostalgia. Aunque no puedo sacar de mis pupilas otros rostros, de niños y niñas, de ancianos y ancianas, de adultos de ambos sexos que jamás han podido acercarse a un libro, muchos que desconocen de su existencia.
No tengo que andar demasiado para toparme con la realidad de un mundo de analfabetos que prolífera entre hambre y miseria, prostitución y droga, desempleo y enfermedades. Allí está la geografía de América, la de África, la de Asia, esos continentes considerados por algunos como “la periferia” del mundo, del que sacan eso sí, materias primas, recursos y, por qué no, muchos cerebros.
Falta el pan, la medicina, el hogar que los abrigue, el agua potable, la luz eléctrica, ni qué decir de los medios informáticos, como Internet…Sí, veo cómo la realidad que conocí en mi adolescencia, hace más de treinta años en los campos de Cuba, no es un fantasma ni producto de mi imaginación…es la verdad de muchos pueblos, y pienso con tristeza, con profundo desgarramiento en los derechos humanos que se les niegan, mientras otros gozan de la superabundancia, de la bonanza y del derroche…

Máximo Gómez, el Generalísimo

Máximo Gómez, el Generalísimo El único de los grandes que organizó la guerra necesaria, el Generalísimo Máximo Gómez, no había nacido en tierra cubana, sino en la República Dominicana de donde llegó a las tierras más orientales de la Isla, para asentarse como campesino en los montes, y sembrar el amor de su madre y de sus hermanas al compás de su propia juventud.
Fue, entonces, que aquel hombre de sólo treinta años contempló la infamia de la esclavitud y, como él mismo escribiera en su diario, por amor al negro se vinculó al movimiento independentista, en pos de luchar por la abolición de una institución mezquina, que degradaba la propia condición humana.
Así, espigó en los primeros días de la guerra como soldado del naciente Ejército Libertador, en octubre de 1868 y con el grado de sargento, que le fue concedido por su amigo, el poeta bayamés José Joaquín Palma, para iniciar a los imberbes combatientes cubanos, al semillero de la mambisada, en una lucha singular, la guerra de guerrillas que tendría en el bravo dominicano a su mejor y más audaz artífice, desde el combate de Pino de Baire cuando enseñó a los insurrectos a transformar el instumento de trabajo, el machete en mortífera arma.
Durante aquellos años difíciles, casi una década de batallas, en la también llamada Guerra Grande, el Mayor general Máximo Gómez Báez, grado que ostentaría al concedérselo tempranamente el primer presidente y fundador de la República en Armas, el padre de la patria, Carlos Manuel de Céspedes, en toda la contienda sería el apasionado y exigente jefe militar dominicano el maestro de nuestros oficiales, el General de Generales, quien forjó a los héroes de la revolución cubana, a los hermanos Maceo, a Flor Crombet, a Guillermo Moncada, entre otros.
La invasión de Guatánamo, asiento de resistencia colonialista y de las contraguerrillas anti-insurgentes, la expansión de la guerra por todo el territorio del oriente cubano, su incorporación al mando del Camagüey al caer en combate el líder natural de esa región, el Mayor general Ignacio Agramante y Loynaz, el propio diseño estratégico y político de la guerra que necesitaba, para desarrollarse, consolidarse y expandirse de la invasión del Occidente, fueron algunas de las obras fundamentales que debemos al más lúcido de los estrategas cubanos.
Pero Gómez no sólo fue el acero inteligente, el maestro de la acción bélica, el artífice de las batallas, fue también el hombre ansioso de libertad y de justicia, el mismo que en los montes encontró la compañía de la hermosa adolescente Bernarda (Manana) Toro, la que sería su esposa y madre de sus hijos, algunos de los cuales morirían en los campos de Cuba libre, víctimas de enfermedades, penurias y de hambre, como después en el exilio y el prolongado destierro.
El General, lector abundoso, fue hombre de cultura autodidacta, y por sus relaciones familiares y políticas, se insertó también en el ideario de la independencia y de la confraternidad antillana, como uno de los más fervorosos partidarios de aquella utopía que compartió con su compatriota Gregorio Luperón, con los puertorriqueños Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos.
Reconocido y seguido fielmente por sus soldados y oficiales, Máximo Gómez era un combatiente que tenía, como sustancia de su ética, el ejemplo, el sacrificio y la entrega incondicional a la patria y a la revolución.
Tales principios lo llevarían a sufrir las divergencias en el campo cubano, las contradicciones y, sobre todo, a valorar con su agudeza crítica la división entre las filas insurrectas, lo que condujo a la capitulación del Pacto del Zanjón, en 1878 y lo llevó a él y a su familia a tierras de Jamaica.
Estoico, humilde, en la mayor pobreza, conoció del dolor de ver morir a varios de sus retoños, y vivió en varias oportunidades la separación de la mujer amada. Centroamérica sería el espacio para intentar revivir el sueño de la revolución, y de amamantar a los suyos, en frágil cobija, como también gestar nuevos proyectos libertadores, todos frustrados durante casi tres décadas del llamado por José Martí período del reposo turbulento, de la tregua fecunda.
Estaría laborioso en el Canal de Panamá, padeciendo las fiebres palúdicas, se iría al Perú para reunificar voluntad, apuraría la discrepancia ideológica con Martí primero y también con Maceo en los métodos de la guerra y en la preparación de una nueva conspiración hasta que, el tiempo, y todos los héroes más maduros como la propia historia, lo condujeron a sumar su espíritu a la que el Apóstol José Martí llamaría la guerra necesaria, la del Partido Revolucionario Cubano, y Gómez respondería con el sí afirmativo del valor y la abnegación, libre de rencores, al ser electo por los combatientes para encabezar la batalla y asumir el mando militar en su calidad de General en Jefe.
Vencidos los múltiples escollos, superadas las traiciones y los reveses, volvería a cabalgar entre llanos y montes, casi a la altura de sus 60 años, para conducir al pueblo cubano, tan suyo y tan amado como el dominicano, a la victoria, cuando apuró la amarga experiencia de la intervención primero y de la ocupación después del país por los Estados Unidos.
Como otros patricios latinoamericanos del siglo XIX la imagen de la democracia y la libertad, sembrada en el Norte desde Washington a Lincoln encontraría el eco de esperanza en el pecho del anciano mambí quien, más tarde, y desde la lección de la experiencia pronto comprendería, como paradigma y reserva moral de todo un pueblo y una nación, de Cuba libre, las verdaderas intenciones de los norteamericanos de adueñarse de las riquezas de la Isla, y desde su palabra, con su viril ejemplo, entonces cabalgó no con el sable en ristre sino con las ideas, para izar la bandera de la independencia, la misma que él llevó en sus manos hasta verla hondear sola, sin compañía extraña, flotar sobre el viento y ante el cielo amado de la patria, cuyo destino tanto le inquietaba cuando encontró la muerte el 17 de junio, hace ya todo un siglo.

Ha muerto Pastor Vega

Ha muerto Pastor Vega La noticia no me sorprende. Como muchos, sabía de la enfermedad que minaba su cuerpo y, sin embargo, puedo afirmarlo, vi entonces a Pastor, con quien mantuve dialogo fluido durante los últimos meses, más abierto y social que nunca.
Este cineasta cubano, hombre que tributó al arte sus inicios en las tablas como actor y estuvo entre los fundadores de una institución emblemática de nuestra cultura, Teatro Estudio, fue también un artista apasionado.
A él le debemos varios documentales notables como !Viva la república! y, sobre todo, varios filmes de ficción muy significativos, entre los que sobresale, como un clásico del llamado nuevo cine cubano, su Retrato de Teresa, obra que fue protagonizada por su esposa, la actriz Daysi Granados, junto al desaparecido Adolfo Llauradó y que abrió una virtual polémica pública en todo el país sobre el machismo, tema que, a pesar de las leyes y preceptos constitucionales, no ha desaparecido, sobre todo, del imaginario de una sociedad de raíces patriarcales.
Hoy, con sólo 65 años acaba de morir. Nos deja el vacío, no sólo por su ausencia física, sino por la variedad de proyectos que tenía en mente, y que pensaba realizar, como llevar a la pantalla grande toda una película en versos.

MARTI VIVE

MARTI VIVE Prefiero siempre hablar de la vida y no de la muerte. Aunque en esta ocasión respondo al recuerdo de un suceso que nos desgarró y que afectó, también, el decursar de la historia de Cuba.
Me refiero a la caída en combate, en la llanada de Dos Ríos, en el cruce del Contramaestre con el Cauto, del Apóstol José Martí, el hombre que nos enseñó a amar, y que organizó y dirigió, por paradójico que parezca, una guerra sin odios.
Solía decir, en su poesía, que deseaba morir de cara al sol... no sé si lo logró aquel mediodía del 19 de mayo de 1895 cuando su caballo se desbocó, y el cayó sobre la tupida hierba de Guinea, cruzado por las balas.
Desde mi infancia es el misterio que me acompaña, porque es un misterio y una energía, como lo afirmaba otro poeta que se llamó también José, y tuvo por apellidos Lezama y Lima.
Martí es el sueño de la patria, su agonía y deber... la utopía...en fin, el alimento de nuestro espíritu. La suerte nos desparó la gracia infinita de tener en el héroe también al mártir, de tener al poeta en la encarnadura del hombre.

Humanizar al mundo, para salvar al mundo

Humanizar al mundo, para salvar al mundo En el próximo mes de octubre se realizará en la capital cubana la Conferencia Internacional Con todos y para el bien de todos, auspiciada por el Proyecto José Martí de Solidaridad Mundial, en cuyo consejo participan destacadas personalidades del orbe, entre las cuales se encuentran el Premio Nobel Gabriel García Márquez, la señora Danielle Mitterand, el expresidente de Costa Rica Rodrigo Carazo, los escritores latinoamericanos Mario Benedetti, Ernesto Cardenal, Jorge Enrique Adoum, el cineasta Edmundo Aray y el historiador Paul Estrade, entre otros.
Este evento continúa la obra iniciada en la Conferencia Internacional Por el equilibrio del mundo, realizada igualmente en La Habana, en ocasión del 150 aniversario del natalicio del Apóstol de la independencia cubana, José Martí, así como el encuentro realizado en el pasado año que vinculaba la obra del mayor de los intelectuales y creadores cubanos con el universo de la naturaleza.
Y es que José Martí, quien vivió sus tres últimos lustros, en el proceso mismo de su crecimiento espiritual y moral, en los Estados Unidos, cobra màxima vigencia en nuestros días porque lo que está en juego es el destino de la especie humana, con el urgente apelativo de superar cuanto nos divide y de encontrar cuanto posibilita el diálogo: “hay que armonizar al mundo para salvar al mundo”.
Instituciones culturales y científicas, el mundo académico, la participación de intelectuales de diversas especialidades en un encuentro plural subraya también, desde el poder de convocatoria del pensamiento martiano, la necesidad, para la Humanidad, de llegar a la sociedad norteamericana y de integrarla a ese intercambio.